Decidí continuar con una buena costumbre que había dejado en el pasado y que me he determinado retomar. Los miércoles, película de autor, a ser posible, de las de toda la vida. Así pues, aquí voy con el título de la semana pasada: Sueños, de Ingar Bergman (1955).
Bergman es uno de los huecos más importantes en mi cultura cinematográfica. Y no es por su culpa. Todas las películas que he visto suyas han dejado en mí buenísimas impresiones: El séptimo sello (1957), Fresas salvajes (1957), El manantial de la doncella (1960), Fanny y Alexander (1982) y Saraband (2003) son todas las que he visto: todas ellas me han parecido sublimes, inigualables. Precisamente por ello, trato de espaciar las películas de Bergmann (como suelo acostumbrar hacer con todos los directores que me gustan): así disfruto más, como si cada uno de sus trabajos fuera un auténtico manjar, degustándolo y deglutiéndolo con lentitud, disfrutando cada momento… pero voy a tener que ir acelerando un poco, que uno ya va teniendo sus añitos.
Al terminar de ver Sueños quedé un tanto sorprendido… Su visionado no había dejado ningún ninguna impronta en mí, lo que me dejó algo decepcionado. Los temas que trata son verdaderamente sencillos: la historia de dos mujeres, una joven y otra madura, que viven en sus respectivos mundos, y que aparentemente no tienen nada que ver. Una trama sencilla, una exposición de los hechos realmente simple… Casi podría decir que acababa de ver una película de género….
Hasta el día siguiente, claro: sin un motivo específico, en el descanso de un día de trabajo cualquiera, la película comenzó de nuevo a rondar en mi cabeza, rodeándola como si de niebla se tratase. Sueños, ese era el título del film. Pero, ¿qué quería contar Bergman? ¿Por qué Marianne, la hija del cónsul, es vista por su madre, internada en un hospital con cabeza de lobo? Tras algunas vueltas, empecé a pensar que el director quiere establecer un paralelismo entre lo que acontece a ambas mujeres, a pesar de sus evidentes diferencias de edad, de clase y educación…
No le auguro un buen futuro a la relación entre Doris, la modelo y su novio Palle, a pesar de haber superado el incidente: parece claro que éste tratará de arrebatarla su independencia en un futuro no muy lejano. No parece que sea el caso de la fotógrafa Suzanne. Sin embargo, los sueños de ambos parecen terminar abruptamente con un acto de suma cobardía por parte de los personajes masculinos de la serie, que dejan una imagen miserable después de los claros discursos de Marianne y la mujer de Henrik (a pesar de que éste en un principio, éste había finalizado su relación con Suzanne). El discurso de la mujer es particularmente duro con los dos amantes. ¿Feroz sería una palabra más adecuada?
Un lazo invisible une ambas historias, y ese lazo es el que me hace que la película empiece a crecer y dar vueltas dentro de mi cabeza. Bergman lo ha vuelto a hacer. ¡Bravo! A estas alturas de mi vida, no muchos directores podrán presumir de lo mismo.